Santiago: un camarero de vocación satisfecho
Santiago no está de vacaciones. Tampoco tiene tiempo en agosto para contarnos su historia. Nos la resume uno de sus hijos, orgulloso de un padre que se ha dejado la vida trabajando para que él pudiera tener una profesión más cómoda.
De joven, Santiago quería ser Astronauta, le gustan mucho las estrellas, y siempre soñó con poder visitarlas. Pero ser astronauta no era una opción muy factible para el hijo mayor de un campesino andaluz.
A los 14 años, Santiago comenzó a trabajar con su padre en el campo. Largas jornadas para poco provecho. A Santiago no le salían las cuentas de productividad. Y en cuanto pudo, se fue a la costa para trabajar en la hostelería.
La hostelería tampoco era fácil, las jornadas se alargaban incluso hasta bien avanzada la noche, pero todos los meses llegaba la paga, que Santiago podía mandar a su madre para ayudar con los gastos de la casa y la educación de sus hermanos. Para él, para sus gastos de joven, quedaban las propinas, generalmente generosas, sobre todo cuando venían de turistas extranjeros.
Años después, con los hermanos ya colocados, Santiago pudo tener casa propia y, tanto paga como propinas las administró su mujer. Ella nunca se quejó de los duros horarios de Santiago, al fin y al cabo le conoció ya siendo camarero, y se apañó como pudo para sacar adelante a los cuatro hijos que tuvieron.
Más duro fue sobrellevar el largo periodo de su enfermedad. Casi tres años estuvo Santiago sin poder trabajar desde que diagnosticaron el cáncer. Económicamente no han sido tiempos fáciles, porque la Seguridad Social no da propinas como los buenos clientes, pero les ha permitido sobrevivir, sin recurrir siquiera a la ayuda que, gustosamente, sus hijos estaban dispuestos a ofrecerles.
Y sin embargo, más allá de la cuestión económica, Santiago se sorprendió añorando su bandeja en la mano. Hay profesionales que trabajan solamente por necesidad, pero Santiago es camarero de vocación, disfruta viendo las caras de los comensales cuando les lleva los platos, o recibiendo halagos agradecidos de sus clientes al despedirse.
Le sorprende aún cuando escucha las quejas de compañeros que no disfrutan ya, si es que alguna vez lo hicieron, de ver las mesas elegantemente preparadas antes de recibir al público, o vivir el trajín diario en horas punteras. A Santiago todo esto le encanta, le ayuda a sentirse vivo.
Definitivamente, Santiago se siente satisfecho por el trabajo que realiza, e incluso alguna vez agradece al cáncer que le ayudara a valorar la suerte que tiene por poder realizar de nuevo un trabajo que siempre ha disfrutado.
Muchas personas tienen la concepción de que el trabajo es una actividad penosa que debemos realizar, y de hecho por eso recibimos una compensación económica. Pero la realidad es que, en todos los sectores, hay profesionales satisfechos que disfrutan con lo que hacen. Pararnos a pensar en ello es importante, y valorar si la profesión que hemos elegido es capaz de proporcionarnos alguna satisfacción adicional a la monetaria. De no ser así, quizá deberíamos plantearnos un posible cambio.
De la monotonía a la conexión humana: el nuevo camino de Luis
Luis había trabajado como contable en una gran gestoría durante más de una década. Era eficiente en su trabajo, siempre entregando la documentación necesaria a tiempo y manteniendo las cuentas en perfecto orden. Los clientes estaban satisfechos, aunque Luis apenas tenía contacto directo con ellos. Esa tarea recaía en los comerciales, quienes se encargaban de mantener las relaciones y de conocer en profundidad las necesidades de cada cliente.
Luis tenía también una buena relación con sus compañeros de oficina. A menudo compartían almuerzos y charlas informales sobre la vida cotidiana. Sin embargo, los propietarios de la empresa, apenas se dejaban ver por la oficina. Esta desconexión con los dueños y con los clientes empezó a pesarle a Luis. Aunque su trabajo era estable y bien remunerado, comenzó a sentir que algo le faltaba.
Día tras día, Luis se encontraba sumido en la monotonía de revisar facturas, preparar balances y presentar informes financieros. Aunque conocía a la perfección las cuentas de las empresas para las que trabajaba, no entendía realmente a qué se dedicaban ni cuál era su propósito. Sentía que su trabajo carecía de sentido y que simplemente estaba pasando los días sin avanzar ni crecer profesionalmente.
Un día, mientras organizaba un montón de papeles, Luis se dio cuenta de que necesitaba un cambio. Recordó su interés por la comunicación y el trato directo con las personas, algo que había disfrutado mucho durante sus años universitarios cuando trabajaba como camarero en un pequeño café. Allí, había aprendido a escuchar a los clientes, a entender sus necesidades y a ofrecerles un servicio personalizado.
Decidido a recuperar esa conexión humana, Luis empezó a explorar nuevas oportunidades. Asistió a seminarios y talleres sobre atención al cliente y comunicación efectiva, y se inscribió en un curso de desarrollo personal que le ayudó a redescubrir sus intereses y habilidades. Poco a poco, fue formulando un plan para cambiar de rumbo profesional.
Una tarde, mientras navegaba por internet, Luis encontró una oferta de trabajo que captó su atención: una pequeña empresa de consultoría financiera buscaba a alguien con experiencia en contabilidad y un buen trato con los clientes. La empresa se especializaba en ayudar a startups y pequeñas empresas a establecerse y crecer, ofreciendo no solo servicios contables, sino también asesoramiento personalizado.
Luis decidió postularse para el puesto. Preparó su currículum, resaltando no solo su experiencia contable, sino también sus nuevas habilidades en comunicación y atención al cliente. La entrevista fue un éxito. Los dueños de la consultoría quedaron impresionados con su trayectoria y su motivación para ofrecer un servicio más cercano y personalizado.
En su nuevo trabajo, Luis encontró la satisfacción que tanto había buscado. Ahora, no solo preparaba documentos financieros, sino que también se reunía con los clientes, escuchaba sus historias y comprendía sus objetivos. Cada empresa tenía un rostro, un propósito, y Luis se sentía parte integral de su éxito. Esta cercanía le permitió ofrecer soluciones más adaptadas a las necesidades específicas de cada cliente, y pronto se convirtió en una figura clave dentro de la consultoría.
Además, la estructura más pequeña de la empresa facilitó una comunicación interna más estrecha con sus jefes y compañeros. Las decisiones se tomaban en equipo, y Luis se sentía valorado y escuchado. Su jornada laboral era ahora una combinación de números y relaciones humanas, lo que le brindaba una satisfacción y un propósito que antes no había experimentado.
A través de esta transición, Luis redescubrió su pasión por el trabajo y la importancia de encontrar un equilibrio entre las habilidades técnicas y la interacción humana. Su historia nos recuerda que nunca es tarde para buscar un cambio que nos haga sentir realizados y que, a veces, el camino hacia la satisfacción profesional pasa por redescubrir nuestras raíces y conectar con lo que realmente nos apasiona.