El paso atrás de Carolina para poder seguir avanzando
Carolina trabajó en puestos directivos durante muchos años de su vida profesional, pero recientemente ha pasado una mala racha en el terreno laboral, y por ende, todos los aspectos de su vida se han resentido.
Tras licenciarse en Administración y Dirección de Empresas, le resultó relativamente fácil encontrar un trabajo como Contable y, poco a poco, fue asumiendo mayores responsabilidades. En aquella primera empresa pasó a ser Jefa de Administración.
Tiempo después fue fichada por un Cazatalentos para ocupar la Dirección Financiera de una pequeña empresa y, cuando esta compañía se fusionó con otra más grande, su buen hacer la convirtió en la nueva Directora Corporativa de Finanzas.
Sus resultados durante aquella época fueron excelentes. Mejorando las condiciones de financiación apoyaba la estrategia inversora de crecimiento que en aquel momento tenía el Grupo; identificando opciones de optimización de costes aquí y allá, conseguía aumentar la rentabilidad año tras año; supervisando a las filiales, mantenía a raya el control presupuestario. No solo el CEO, la Junta Directiva al completo llegó a confiar plenamente en ella y apreciaban constantemente sus aportaciones.
Pero como las circunstancias en el mundo empresarial no suelen ser permanentes, el sector se vio inmerso en una serie de cambios, y la compañía comenzó un proceso inverso de descentralización, de modo que los servicios corporativos dejaron de tener cabida, incluida el área de Finanzas.
A Carolina se le ofreció la posibilidad de continuar como Directora Financiera en una de las empresas filiales, pero esto conllevaba un cambio importante en sus condiciones salariales que no consideró adecuado aceptar. Estaba convencida de que pronto encontraría un nuevo puesto acorde a su categoría profesional.
Sin embargo, no fue así. El tiempo pasó y Carolina fue viendo como sus ingresos se mermaban. Con una prestación por desempleo en absoluto proporcional a su salario habitual, tuvo que recurrir a sus ahorros para poder mantener su ritmo de vida habitual. Al cabo de dos años, aún fue peor, ya solo podía contar con la escasa ayuda para mayores de 52 años. Su situación llegó a ser crítica a nivel económico, y se vio obligada incluso a vender su vivienda.
Pero Carolina, por aquel entonces, no asumía aún responsabilidad alguna sobre su situación, que achacaba un poco a la mala suerte y, especialmente, a las malas decisiones que otros habían tomado sin valorarla como se merecía.
Fue entonces cuando, por azar, entró en contacto con Itinere Talent y, gracias a un conocido común, se animó a participar en un proceso de Transición Profesional. Al principio, con alguna reticencia por su parte, pero gracias a la paciencia de su coach, según ella misma reconoce, poco a poco fue haciéndose consciente de que todavía podía recuperar el control de su propio camino profesional.
Empezando por participar en acciones formativas, que además de permitirle actualizar conocimientos, la han ayudado a mostrar que sigue activa su capacidad de aprendizaje y adaptación, y la han facilitado una nueva red de contactos profesionales.
También se dio cuenta de que su CV parecía obsoleto y poco atractivo. Limitándose a mencionar las funciones realizadas en el pasado, no conseguía transmitir todo el potencial que tiene para seguir impactando positivamente en el futuro.
Y, especialmente, dejó de criticar a su última empresa por haber prescindido de ella. Porque al hablar bien de las personas con las que trabajó en el pasado, y haciendo notar la mutua confianza que durante años desarrollaron, Carolina habla también bien de si misma, y consigue una mejor valoración de quienes la escuchan.
No va a ser fácil la vuelta, está acostumbra a liderar su departamento y ahora se va a incorporar como una más del equipo. Pero está dispuesta a adaptarse a sus nuevas funciones como Administrativa de Nóminas, y quién sabe si con el tiempo puede volver a prosperar hasta ocupar nuevamente un puesto directivo …
La historia de Carolina nos enseña que, aunque la vida profesional puede verse afectada por cambios inesperados, lo importante es la capacidad de adaptación y resiliencia. A veces, para volver a avanzar, es necesario dar un paso atrás y reorientar nuestro camino, sabiendo que la oportunidad de crecer y prosperar nuevamente está siempre al alcance si mantenemos una actitud abierta y constructiva.
La inteligencia emocional de Sergio para alcanzar su equilibrio
Sergio es experto en Inteligencia Emocional y Mindfulness. También imparte formación en otras áreas relacionadas con el mundo empresarial, pero ayudar a las personas a encontrar la manera más saludable de gestionar sus emociones es lo que más le satisface.
En sus momentos más difíciles, la inteligencia emocional siempre le ha ayudado a encontrar soluciones, y al final se terminó convirtiendo en su “ikigai”. Así es como Sergio llama a lo que considera su propósito de vida, esa razón que cada día nos impulsa a seguir adelante. Y la razón de Sergio es continuar aprendiendo cada día para poder ofrecer lo mejor de sí mismo a las personas con las que se relaciona, tanto personal como profesionalmente.
Hace un año, comenzó a colaborar con una empresa que ofrece talleres de Mindfulness a personas en zonas rurales. Principalmente, se trataba de personas jubiladas, aunque también asistían jóvenes de vez en cuando. Para llegar a estos lugares, Sergio tenía que recorrer muchos kilómetros, pero llegó incluso a valorar esos largos trayectos al sentirse conectado con la naturaleza. Disfrutaba de los paisajes y de la cálida acogida que recibía en cada municipio. Para él, nada resulta más revitalizante que el agradecimiento sincero de las personas que le escuchan.
Así terminó el curso en junio, y la valoración de su trabajo fue tan positiva que le propusieron ampliar su dedicación a partir de septiembre. Aunque le inquietaba dejar de lado otros proyectos mejor remunerados, pensó que sería una buena opción dedicar más tiempo a una actividad tan gratificante, así que aceptó.
Cuando llegó septiembre, sin embargo, se llevó una gran decepción. A pesar de haber reconocido la calidad de su trabajo, la empresa le informó de que necesitaban reducir su tarifa para el nuevo periodo. Aún no podían concretar cuál sería la nueva tarifa, pero le garantizaban empleo durante toda la semana y hasta el mes de junio.
Para Sergio, la oferta podría seguir siendo sido interesante. Como muchos profesionales autónomos, dedica mucho tiempo a la búsqueda de nuevos proyectos, y reducir ligeramente la tarifa en un trabajo a largo plazo es asumible. Por otro lado, pasar a depender de un solo cliente es arriesgado, ya que una cancelación repentina del proyecto lo dejaría sin ingresos.
Afortunadamente, su intuición lo llevó a mantener el contacto y mostrarse disponible con otros clientes. Gracias a ello, no se vino del todo abajo cuando finalmente le comunicaron una tarifa por sus servicios muy inferior a lo que esperaba. Tras hacer cuentas, supo que no podría aceptarla, por mucho que disfrutara del trabajo, esa facturación no le permitiría cubrir sus gastos más básicos.
Y sin embargo, le daba tanta tristeza renunciar a un proyecto que tanto le satisface a nivel personal... Además, entiende las razones de la empresa organizadora, que tiene muchos gastos adicionales y no puede aumentar la facturación a sus clientes.
Finalmente, Sergio ha encontrado una solución alternativa: va a trabajar dos días a la semana en este proyecto de Mindfulness para municipios rurales, que si bien no le interesa a nivel económico, sí le compensa emocionalmente. El resto de la semana lo dedicará a proyectos mejor remunerados.
La historia de Sergio nos enseña que nuestra vida profesional debe estar guiada tanto por lo que nos gusta hacer como por la remuneración que recibimos. Aunque al principio esperaba otro desenlace, al enfocarse en soluciones, Sergio descubrió otro camino posible: combinar proyectos que le ofrezcan estabilidad financiera y satisfacción personal, evitando, además, depender de un solo cliente.
Asumir riesgos me ayudó a adquirir seguridad profesional y disfrutar más a nivel personal
Hace algunos años, me ofrecieron la oportunidad de trabajar durante unos meses en un país africano, Guinea Ecuatorial. Me apasiona la docencia y me apasiona viajar, así que la vida no podía hacerme mejor regalo. Recibí la oferta con mucha ilusión y la acepté sin dudar.
Mi primer aprendizaje fue antes incluso de viajar. Mucha gente me preguntaba si realmente me iba a ir, se sorprendían de que lo hiciera. Incluso un compañero más joven que yo al que recomendé para una segunda plaza, en el último momento se echó para atrás…. ¿Miedo?
Por supuesto, me informé en la embajada sobre la empresa que me contrataba y sobre las condiciones en el país de destino. No se trata de hacer las cosas a lo loco o sin pensar. Pero con la información adecuada, asumir riesgos, para mi es relativamente fácil. Descubrí que no es así para todo el mundo, y como formadora y coach debo asumirlo.
Llegué un sábado a Guinea Ecuatorial, me llevaron a cenar en Malabo, la isla donde está el aeropuerto internacional, pero no consigo recordar dónde dormí esa primera noche. Es curioso cómo funciona la mente humana, que almacena unos recuerdos de por vida y deja otros en el camino sin prestarles ninguna atención. El domingo volé a Bata, la ciudad en la parte continental de Guinea donde pasaría los siguientes 4 meses. Y me instalé con otra compañera española en una especié de bungaló.
Pasé el lunes por la mañana en la oficina y a las 16.00 horas comenzó mi primer curso en Guinea Ecuatorial. Un curso de “Atención al Cliente en la Administración Pública” dirigido a personas con una cultura que apenas conocía. Un curso preparado desde España para un púbico guineano.
Además, en España, la formación para adultos no suele permitir más de 15 alumnos. Allí eran 30. Y que me perdonen (ya lo hicieron) mis queridos alumnos, pero en ese momento todos me parecían iguales. Iguales y vestidos como para acudir a una fiesta (¡los funcionaros guineanos son muy elegantes!), mientras que yo, la formadora, parecía más preparada para ir un safari. ¡Qué idea más distorsionada tenía de África cuando preparé mi equipaje!
No sé cómo pudieron alinearse los astros a mi favor, o simplemente porque olvidé el guion que traía preparado desde mi propia cultura y pude ir rehaciendo mi formación a partir de todo lo que aprendí de los propios asistentes y de observar el entorno…. Aquel curso salió bien, y le siguieron otros tantos durante los siguientes meses.
Y en pocas semanas yo era capaz de pasear por las oficinas de la Tesorería, reconociendo y llamando por su nombre a más de 150 alumnos. Espero que, de los temas que tratamos, en el aula y a veces también fuera de ella, les haya quedado alguna enseñanza útil. A mi desde luego muchísimas. Con algunos aún sigo en contacto (benditas redes sociales) y a todos les estaré siempre agradecida.
Creo que, por mucha experiencia que acumulemos, los formadores, como los buenos actores, debemos tener siempre mucho respeto al público al que nos vamos a dirigir y esto conlleva la importante responsabilidad de dar lo mejor de nosotros mismos. Desde que estuve en Guinea la primera vez, siempre que empiezo a trabajar con un nuevo grupo, no puedo evitar recordar aquel momento ante 30 maravillosas personas, y entonces tengo la seguridad de que nuevamente todo volverá a salir bien...
Esta historia nos muestra el crecimiento personal y profesional que se puede alcanzar al enfrentar situaciones nuevas y desafiantes. A través de la valentía de aventurarse en lo desconocido, podemos expandir nuestros horizontes, aprender de otras culturas y desarrollar habilidades de adaptación y resiliencia que son fundamentales en la vida.