Mario: de la ilusión de la Enseñanza a la realidad de la Farmacia

Mario hubiera querido ser maestro. Le gustaba estudiar y se sorprendía de la pereza que mostraban otros niños de su pueblo. Algunos se quejaban de la autoridad que ejercía Don Severiano, “haciendo honor a su nombre”, solían decir. Pero Mario quería ser un maestro comprensivo, hacer que los niños desearan aprender.

Las circunstancias, sin embargo, lo obligaron a seguir otro camino. Cuando aún no había terminado sus estudios básicos, su padre sufrió un accidente que le impidió seguir trabajando, y Mario, el mayor de siete hermanos, tuvo que hacerse cargo de la hacienda familiar. Huerto y animales pasaron a ser su responsabilidad, la universidad quedó en un mero sueño de infancia.

Durante un par de décadas, Mario aceptó su destino sin plantearse otras alternativas. Era lo que había tocado y tampoco le quedaba mucho tiempo para pensar. En todo caso, no perdió nunca la motivación por el estudio y aprovechaba cualquier rato libre para leer e instruirse. “Una buena cultura general no hace daño a nadie” fue y sigue siendo una de sus frases preferidas.

Un día conoció a la que hoy es su mujer. La llegada al pueblo de una nueva farmacéutica no pasó desapercibida para ningún vecino, y mucho menos para Mario. A primera vista, le pareció guapísima, pero enseguida comenzó a valorar aún más las largas conversaciones que mantenían sobre todo tipo de temas cuando ella cerraba la farmacia y Mario la esperaba para dar un paseo.

Apenas unos meses después, se casaron, y esto no solo cambió la vida personal de Mario, también su profesión. Poco a poco, Mario se fue interesando por los asuntos de la farmacia. Atendía al público con el apoyo de su mujer cuando había mucha gente y le gustaba conocer cada medicamento, sus indicaciones, posibles efectos secundarios, dosis recomendadas o cómo tomarlos. Leía prospectos y revistas especializadas que llegaban a la farmacia, y estaba presente en las visitas de representantes que venían a hablarles de nuevas referencias.

Su actividad en el campo era cada vez más reducida, y habló con uno de sus hermanos para pasarle el testigo de la explotación familiar, al tiempo que decidió darse de alta como ayudante de la farmacia que, por su ubicación estratégica cerca de una zona turística, tenía mucha actividad, especialmente durante los fines de semana.

Han pasado algunos años y Mario se siente muy satisfecho con la acreditación para poder trabajar oficialmente en la farmacia, que ha conseguido gracias al procedimiento de reconocimiento de competencias profesionales adquiridas a través de la experiencia. Le hablaron de esta opción cuando asistió a un curso para personal no técnico de farmacia, y no lo dudó un momento. Enseguida presentó su solicitud, justificada por los años de experiencia en la dispensación de medicamentos y los cursos que había realizado animado por su mujer y jefa.

El proceso no fue rápido, se demoraron casi dos años desde que Mario inició el trámite hasta que le llegó su acreditación. Durante este tiempo, tuvo que presentar mucha documentación y fue entrevistado por una asesora y una evaluadora, quienes le pidieron todo tipo de detalles sobre su forma de trabajar y sus conocimientos sobre medicamentos y procedimientos farmacéuticos. Finalmente, consideraron que contaba con las competencias necesarias para poder ejercer como Auxiliar de Farmacia.

Mirando al pasado, ahora Mario sí se pregunta si hubiera sido un buen maestro, pero no duda que es un buen ayudante de farmacia. Así se lo hacen sentir con frecuencia sus vecinos y clientes, que valoran mucho la amabilidad de Mario y su interés por ofrecer un servicio personalizado para cada uno. Un buen profesional.

 

La historia de Mario nos muestra que, generalmente, las personas con inquietudes por aprender y por ofrecer valor a los demás, acaban encontrando su camino para hacerlo de un modo a otro. A veces el destino parece ponernos obstáculos y en otras ocasiones nos regala oportunidades, que cada uno debemos saber aprovechar.


El viaje de Enrique: dejarse asesorar para seguir asesorando.

Enrique terminó sus estudios de turismo a finales de los años 90. Tuvo la suerte de hacer sus prácticas en una gran compañía de viajes y allí adquirió la experiencia necesaria en atención al cliente y en programas de gestión turística. Su pasión por viajar, aprovechando cada oportunidad, lo convirtió en un excelente agente de viajes.

Tuvo la ocasión de considerar diferentes ofertas, pero optó por quedarse en una modesta agencia de viajes de su localidad. Un equilibrio entre retribución y calidad de vida que le permitió conciliar felizmente trabajo y familia. Disfrutaba muchísimo con su profesión. Para sus vecinos, era el amable encargado de la agencia que les ayudaba a programar sus momentos más deseados. Elegía destinos perfectamente adaptados a los intereses y necesidades de cada cliente, cuidando todos los detalles para que cada viaje fuera perfecto.

Enrique no se cansaba de esta rutina porque, como le gustaba decir, vivía enlazando un viaje con otro. Aprovechaba cualquier oportunidad para hacer una escapada con su propia familia, pero, además, sentía que acompañaba a cada familia, grupo o persona para quienes organizaba un viaje.

Y pensaba que así seguiría siendo hasta su jubilación. Nunca imaginó que los dueños de la agencia decidirían cerrarla. "Estamos encantados con tu trabajo, Enrique, pero ya ves que cada vez tenemos menos clientes. Los jóvenes prefieren organizarse sus propios viajes," así comenzó la terrible conversación que terminó con la comunicación de su inminente despido. Despido objetivo por cierre de negocio.

No podía culpar a sus jefes. Efectivamente, no había querido verlo antes, pero se daba cuenta de que la facturación de la agencia había caído drásticamente. Incluso se había encontrado con algunos de sus clientes de toda la vida que le contaron viajes organizados por sus hijos. Como decían que no habían estado tan bien organizados como los de la agencia, Enrique se quedaba tranquilo pensando que volverían; pero la realidad es que no solían hacerlo.

Así que, con 54 años, Enrique se enfrentó al desempleo. Mucho tiempo para pensar y un gran riesgo de caer en depresión. Pero sus hijos le recordaban cada día la suerte que tuvieron de contar con un padre como él, que les inculcó el espíritu viajero y les mostró lugares extraordinarios en los cinco continentes. Fueron también ellos quienes le animaron para que ahora fuese él quien se dejase aconsejar por un profesional que le ayudara a organizar el mejor viaje posible: su Transición Profesional.

Y así es como Enrique inició su nueva aventura de la mano de Itinere Talent, aprendiendo a aprender nuevamente, a conocer y potenciar sus habilidades, y a adquirir nuevos conocimientos que complementaran su perfil para responder a las exigencias de un mundo más digital y globalizado. Apenas ha comenzado la fase de mirar ofertas y Enrique ya tiene opciones sobre la mesa. Uno de los centros donde se ha formado en marketing digital le ha puesto en contacto con una revista de viajes que buscaba un creador de contenido. A sus 55 años, Enrique está feliz, con la misma ilusión que siempre ha sentido cada vez que comenzó un viaje.

 

La historia de Enrique nos muestra que no debemos confiarnos cuando las cosas parecen ir bien; en un mundo tan cambiante como el actual, la innovación y el aprendizaje continuo son imprescindibles para mantener viva la carrera profesional. Pero, aunque a veces las circunstancias parezcan complicarse, podemos seguir adelante si disfrutamos con un trabajo bien hecho y estamos atentos para adaptar nuestro talento a las nuevas demandas del mercado.


Manuela: nunca es tarde para reinventarse

Manuela, una trabajadora del sector textil, comenzó su carrera en una fábrica pequeña de pantalones a los 18 años. Aunque estaba a gusto, una década después decidió cambiar a una empresa más grande porque le permitía conciliar mejor su vida familiar al ofrecerle turno continuo de mañana.

A pesar de la pena inicial por dejar a sus primeras compañeras, se alegró de la decisión tomada cuando su primera empresa cerró al jubilarse el propietario. Además, en la nueva empresa, su trabajo era más variado por la diversidad de prendas que trabajan, y cuentan con maquinaria más potente, que se va renovando cada cierto tiempo. Manuela no tuvo dificultad para adaptarse, tanto en la relación con nuevos compañeros como en los procedimientos de trabajo, y durante muchos años estuvo a gusto realizando tareas fáciles para ella.

Sin embargo, cuando sus hijos se independizaron, Manuela sintió un cierto vacío y se dio cuenta de que su trabajo ya no la llenaba por completo. Se enteró por entonces de que la empresa abría un proceso de selección para el puesto de Supervisor/a de Equipo y pensó que le gustaría el puesto, así que presentó su solicitud al departamento de Recursos Humanos.

Para Manuela supuso un pequeño disgusto saber que había sido seleccionada otra persona, pero consideró normal que, a su edad, pasados los 50, ya no se la tuviera en cuenta para asumir determinadas responsabilidades. Sin embargo, se sorprendió al descubrir que la nueva Supervisora era aún mayor que ella. Fue entonces cuando se animó a preguntar al Responsable de Recursos Humanos porqué habían elegido a una persona que, al venir de fuera, no conocía tan bien como ella el funcionamiento de la fábrica y a las personas del equipo. Y la respuesta fue contundente: para el puesto de Supervisor/a se requiere una formación que Manuela no tenía.

Esto hizo reflexionar a Manuela y, contando con tiempo libre por las tardes, se animó a matricularse para realizar estudios de Formación Profesional, primero "Técnico en Fabricación y Ennoblecimiento de Productos Textiles" y después "Técnico Superior en Diseño Técnico en Textil y Piel".

El comienzo fue difícil, al no tener el hábito de estudio, pero, a cambio, contaba con un conocimiento práctico de los temas que le resultó muy útil. También recibió gran apoyo por parte de los profesores y, sobre todo, se enriqueció a nivel personal de la relación con compañeros de estudio que, siendo mucho más jóvenes que ella, la acogieron con los brazos abiertos.

Con perseverancia y esfuerzo, Manuela completó sus estudios y, a sus casi 60 años, se ha convertido en Supervisora de Equipo. Además, está considerando nuevas oportunidades de aprendizaje para seguir creciendo personal y profesionalmente.

 

La historia de Manuela nos enseña que nunca es tarde para reinventarse y perseguir nuestros sueños. A menudo, nuestras propias limitaciones mentales son las que nos impiden avanzar. Manuela es un ejemplo inspirador de cómo superar obstáculos y seguir aprendiendo a cualquier edad.