El Verano que marcó el futuro profesional de Yria
Nuestra protagonista de esta semana se llama Yria. Siempre fue buena estudiante y hace unos meses aprobó la EBAU sin dificultad. Sin embargo, a la hora de matricularse en la universidad, se quedó bloqueada. No sabía qué estudiar. No sentía pasión por ninguna materia en particular. Aunque su familia le sugirió probar con una Ingeniería como su padre, o Derecho como su madre, esas profesiones nunca despertaron su interés.
Así que decidió tomarse un tiempo para reflexionar sobre su futuro profesional. Pero como nunca ha sido de quedarse inactiva, este verano ha trabajado en una playa cercana a su domicilio. Una buena forma de amortizar el curso de socorrismo que realizó el año anterior.
Al principio, el trabajo le resultó interesante por la oportunidad de relacionarse con compañeros mayores y más experimentados. Estaba acostumbrada al ambiente del instituto, pero la disciplina laboral era otra cosa. Su rol de socorrista le parecía divertido, casi como un juego.
Sin embargo, esa diversión quedó en segundo plano cuando su compañera tuvo que rescatar a un niño de 13 años que se había alejado demasiado de la costa. Yria se dio cuenta entonces de la enorme responsabilidad que recaía sobre sus hombros.
A partir de ese momento, sus sentidos se agudizaron y reaccionaba con rapidez cuando le tocaba a ella lanzarse al agua para salvar a bañistas en apuros. También aprendió a ser firme con personas imprudentes que ponían su vida en peligro desobedeciendo las restricciones de bandera roja.
El momento culminante de su primera experiencia laboral llegó a mediados de agosto. Un bañista experimentado, que nadaba fuera de la zona vigilada, fue sorprendido por un cambio brusco en el clima que lo empujó violentamente contra las rocas, una y otra vez. Unos paseantes presenciaron la escena y alertaron al equipo de socorristas al que pertenecía Yria.
No fue fácil, pero lograron rescatar al hombre, que estaba gravemente herido. Varios huesos rotos y múltiples heridas, pero este nadador consiguió salvarse. Ese día se salvó un nadador y también Yria, dice ella, ya que el incidente le ayudó, al fin, a descubrir su vocación profesional.
Ya ha estado mirando fechas de exámenes, materias teóricas y requisitos físicos. La semana que viene Yria comienza su preparación para presentarse a las próximas oposiciones del cuerpo de bomberos.
La historia de Yria refleja cómo las experiencias inesperadas pueden ayudarnos a descubrir nuestra verdadera vocación. A veces, el rumbo de nuestras vidas cambia en un instante, cuando enfrentamos desafíos que nos ponen a prueba. Yria encontró su camino gracias a su determinación y capacidad de afrontar la responsabilidad que su trabajo requería. Nos recuerda que escuchar nuestras emociones y estar abiertos a nuevas posibilidades nos puede llevar a una carrera que realmente nos motive y llene de propósito.
Asumir riesgos me ayudó a adquirir seguridad profesional y disfrutar más a nivel personal
Hace algunos años, me ofrecieron la oportunidad de trabajar durante unos meses en un país africano, Guinea Ecuatorial. Me apasiona la docencia y me apasiona viajar, así que la vida no podía hacerme mejor regalo. Recibí la oferta con mucha ilusión y la acepté sin dudar.
Mi primer aprendizaje fue antes incluso de viajar. Mucha gente me preguntaba si realmente me iba a ir, se sorprendían de que lo hiciera. Incluso un compañero más joven que yo al que recomendé para una segunda plaza, en el último momento se echó para atrás…. ¿Miedo?
Por supuesto, me informé en la embajada sobre la empresa que me contrataba y sobre las condiciones en el país de destino. No se trata de hacer las cosas a lo loco o sin pensar. Pero con la información adecuada, asumir riesgos, para mi es relativamente fácil. Descubrí que no es así para todo el mundo, y como formadora y coach debo asumirlo.
Llegué un sábado a Guinea Ecuatorial, me llevaron a cenar en Malabo, la isla donde está el aeropuerto internacional, pero no consigo recordar dónde dormí esa primera noche. Es curioso cómo funciona la mente humana, que almacena unos recuerdos de por vida y deja otros en el camino sin prestarles ninguna atención. El domingo volé a Bata, la ciudad en la parte continental de Guinea donde pasaría los siguientes 4 meses. Y me instalé con otra compañera española en una especié de bungaló.
Pasé el lunes por la mañana en la oficina y a las 16.00 horas comenzó mi primer curso en Guinea Ecuatorial. Un curso de “Atención al Cliente en la Administración Pública” dirigido a personas con una cultura que apenas conocía. Un curso preparado desde España para un púbico guineano.
Además, en España, la formación para adultos no suele permitir más de 15 alumnos. Allí eran 30. Y que me perdonen (ya lo hicieron) mis queridos alumnos, pero en ese momento todos me parecían iguales. Iguales y vestidos como para acudir a una fiesta (¡los funcionaros guineanos son muy elegantes!), mientras que yo, la formadora, parecía más preparada para ir un safari. ¡Qué idea más distorsionada tenía de África cuando preparé mi equipaje!
No sé cómo pudieron alinearse los astros a mi favor, o simplemente porque olvidé el guion que traía preparado desde mi propia cultura y pude ir rehaciendo mi formación a partir de todo lo que aprendí de los propios asistentes y de observar el entorno…. Aquel curso salió bien, y le siguieron otros tantos durante los siguientes meses.
Y en pocas semanas yo era capaz de pasear por las oficinas de la Tesorería, reconociendo y llamando por su nombre a más de 150 alumnos. Espero que, de los temas que tratamos, en el aula y a veces también fuera de ella, les haya quedado alguna enseñanza útil. A mi desde luego muchísimas. Con algunos aún sigo en contacto (benditas redes sociales) y a todos les estaré siempre agradecida.
Creo que, por mucha experiencia que acumulemos, los formadores, como los buenos actores, debemos tener siempre mucho respeto al público al que nos vamos a dirigir y esto conlleva la importante responsabilidad de dar lo mejor de nosotros mismos. Desde que estuve en Guinea la primera vez, siempre que empiezo a trabajar con un nuevo grupo, no puedo evitar recordar aquel momento ante 30 maravillosas personas, y entonces tengo la seguridad de que nuevamente todo volverá a salir bien...
Esta historia nos muestra el crecimiento personal y profesional que se puede alcanzar al enfrentar situaciones nuevas y desafiantes. A través de la valentía de aventurarse en lo desconocido, podemos expandir nuestros horizontes, aprender de otras culturas y desarrollar habilidades de adaptación y resiliencia que son fundamentales en la vida.