En nuestra primera historia os hablamos de David, profesional del sector informático. Su trabajo implica un compromiso que va más allá de las horas habituales de oficina; con un servicio de atención 7×24 para el cliente, los turnos se convierten en su rutina, incluso en días festivos.
Madrid es su hogar laboral, pero su corazón reside en Salamanca, donde su familia se junta para celebrar acontecimientos importantes. En el torbellino del 2020, la pandemia le forzó a adaptarse al teletrabajo, una bendición disfrazada. Las navidades de 2021 y 2022 se convirtieron en un regalo anticipado, permitiéndole reunirse con los suyos sin abandonar sus responsabilidades.
2023, por el contrario, ha traído consigo una decisión que desafía el sentido común. A pesar de la evidencia abrumadora de que el teletrabajo no ha afectado a la productividad, la empresa revocó esa libertad. Esta noche de fin de año, el reloj le encadenará a su escritorio en Madrid hasta las 23:00 horas, impidiéndole compartir el brindis familiar en Salamanca, tendrá que comer solo las doce uvas, aunque estará ya fuera de su jornada laboral.
David se siente desconcertado y comienza a buscar alternativas profesionales, aunque por lo demás estuviera satisfecho con el trabajo y con la empresa. Su rendimiento era impecable, el feedback positivo, pero la nueva política le desanimaba profundamente a contiuar. ¿Cómo entender la negación de una flexibilidad que beneficia a ambas partes, que no afecta resultados y es tan valiosa para él?
Su historia no es solo la suya; es un eco de muchos profesionales que anhelan esa libertad de decidir cómo combinar vida laboral y personal. La posibilidad de trabajar en remoto, o al menos de manera híbrida y en ocasiones, como estas fechas especiales, es un tesoro que no todos pueden tener.
Agradecemos a David que nos haya permitido contar su historia para reflexionar sobre el valor del equilibrio entre trabajo y vida personal. Su experiencia no solo habla de un individuo, sino de una tendencia en la gestión del talento, una reflexión necesaria para comprender el verdadero coste de una rigidez innecesaria.
Su historia nos desafía a repensar el valor de la conciliación, a considerar cómo una pequeña concesión puede significar un mundo para quienes se esfuerzan por lograr un equilibrio sano entre lo profesional y lo personal.
¡Feliz 2024 para nuestros lectores, y sobre todo para David!