Javier, nombre ficticio que el protagonista de esta historia ha pedido para mantener su anonimato, aún se avergüenza de ciertos errores del pasado. El primero fue dejar los estudios después del bachillerato, aunque siempre había tenido buenas calificaciones.
Descubrió que algunos de sus amigos ya ganaban dinero trabajando, y optó por “subirse al carro” de la Construcción en pleno auge del sector. Trabajaban duro y echaban muchas horas, pero Javier era joven y su constitución fuerte lo aguantaba bien. Luego llegaba el día de descanso, y la vida, con dinero en el bolsillo, parecía inmejorable.
Sí que ganó mucho dinero, pero igualmente gastó mucho. Ni él ni sus compañeros se paraban entonces a pensar que “la fuente dejaría de manar” en algún momento. Pero lo hizo, estalló la burbuja. A Javier dejaron de pagarle horas extra, pero él siguió manteniendo el mismo ritmo de gasto. Después perdió el trabajo, antes incluso del tiempo previsto en su contrato, y, la prestación por desempleo no era suficiente ni para cubrir sus necesidades más básicas.
Recuerda con claridad muchas visitas a la obra inacabada para llorar a escondidas la impotencia de no saber cómo hacer frente a las deudas que se acumulaban. Javier está convencido de que actualmente actuaría de otra manera, pero entonces cometió el segundo error, y el más grave de su vida.
Viajó a Colombia como turista y al regreso fue interceptado. Hoy agradece a esa bendita Policía Nacional que supo detenerle en su primer viaje, y no le permitió llegar a culminar un crimen que probablemente hubiera repetido. Pero aquel día, el mundo pareció desvanecerse bajo sus pies, y desde entonces, una nube le ha mantenido a flote. Esa nube es su familia.
Javier no dudó en declararse culpable al ver la decepción en la cara de su madre, una penitencia mucho mayor que los 18 meses de cárcel posteriores. La cárcel no es un lugar agradable, pero Javier supo defenderse, y más aún, supo aprovecharlos. Volvió a estudiar, y se está preparando para ser aparejador.
Sus padres utilizaron los ahorros de una vida para saldar sus deudas y ahora Javier tendrá que trabajar duro nuevamente para reponer ese “colchón de seguridad”, pero esta vez no tomará el camino fácil. Ha aprendido que, caminando despacio, se puede llegar más lejos.
El hijo de uno de sus antiguos jefes ha retomado la actividad de la empresa constructora y recordaba a Javier, que le echó una mano cuando su padre le puso de peón para que conociera el oficio desde abajo. Ahora está ayudando mucho a Javier, le ha dado trabajo y le permite ausentarse para preparar los exámenes más difíciles.
Si todo continúa según lo previsto, en junio del próximo año Javier tendrá su título de Ingeniero de Edificación y podrá empezar a dirigir la ejecución de obras para esta misma empresa. Tiene, por cierto, ya previsto un proyecto para reanudar aquella obra inacabada que un día fue testigo de sus lágrimas.
Su madre no necesita esperar tanto, el orgullo ha sustituido ya a la decepción cuando mira a su hijo, y ese es, para Javier, el logro más importante.
Esta historia nos muestra cómo una caída puede transformar la vida de una persona, no solo en términos de arrepentimiento, sino también de aprendizaje. Cada error puede ser una oportunidad para construir algo más sólido. Porque, al final, reconstruirse desde la adversidad con un propósito claro es el cimiento más firme sobre el que se puede avanzar.