Con esa ilusión, Silvia y sus socios, prepararon el local y obtuvieron un gran éxito en la fiesta de inauguración. Todo parecía estar saliendo a la perfección.

Pero a la tercera noche de trabajo duro, la socia cocinera decidió colgar su delantal porque estaba muy cansada. Silvia, que no sabía cocinar ni en su casa, tuvo que hacerse cargo de la cocina y sacar adelante las últimas comandas de esa noche como pudo, con el apoyo del ayudante de cocina y una de las camareras.

Al día siguiente, habló con su socia, que no parecía entrar en razones. No quería seguir trabajando, pero tampoco quería quedarse al margen. En aquel momento, sólo podían ofrecerle unos días para que se lo pensara. Mientras tanto, buscaron rápidamente alguien que se encargara de la cocina, aunque resultó muy complicado, a esas alturas de la temporada, todos los buenos profesionales estaban ya trabajando en otros restaurantes.

Y cuando parecía que podrían remontar el negocio, la socia díscola volvió para reclamar una compensación por dejar de trabajar, decía sentirse «despedida». No tenía sentido tal petición cuando era ella quien había abandonado sus obligaciones, pero aún así, los otros dos socios aceptaron llegar a un acuerdo para evitar conflictos. Y esto no fue al parecer suficiente.

Durante los siguientes meses, la que Silvia había considerado una vez amiga, y que además aún tenía dinero invertido en la empresa de ambas, se dedicó a difamar de todas las maneras posibles la mala gestión y las malas prácticas del restaurante. Hasta que la situación se hizo insostenible y tuvieron que cerrar el restaurante. El cierre concursal fue inevitable.

Fue un duro golpe para Silvia, desde luego; había dedicado mucho tiempo y energía para intentar sacar adelante el negocio. Además de perder una importante cantidad de dinero en aquel proyecto, se sintió muy traicionada por quien creía una amiga, e incluso enfadada consigo misma por no haberse dado cuenta, como Psicóloga que es al fin y al cabo, de que se trataba de una persona emocionalmente inestable y sin experiencia real en el trabajo que quería desempeñar. También descubrió que, tratar de eludir los conflictos no siempre es la solución; por lo general, es preferible atacarlos de frente para evitar perjuicios peores en el futuro.

Con el tiempo, no obstante, Silvia ha sacado algún beneficio de aquella experiencia. Ha sabido aprovechar todo lo que aprendió sobre gestión empresarial, y se ha especializado en asesorar a emprendedores que van a iniciar un negocio. Su especialidad, como dice ella con una sonrisa, es «elaborar un cuidado pacto de socios y preparar a sus clientes para un posible cierre antes de embarcarse en su aventura».

 

La historia de Silvia nos muestra que las circunstancias más adversas se pueden convertir en fuentes de aprendizaje si sabemos aprovecharlas. Es normal sufrir contrariedades y decepcionarnos con personas en las que confiamos, pero lo importante es saber remontar las situaciones negativas sin perder la confianza en nosotros mismos.